Roggerone en el Museo Nacional de Bellas Artes

Tal como lo comunicamos en Tierra Urbana, respondiendo a las inquietudes de los auditores que nos han escrito detallándonos sus necesidades a nivel cultural, damos inicio a la presentación de reseñas acerca de trascendentes exposiciones y eventos que se han realizado en nuestro país, publicando además la trascripción de diálogos con destacados agentes culturales que fueron entrevistados por nuestro programa; La importancia de presentar ésta información radica en poder compartirla con quienes no tuvieron la posibilidad de presenciarla por motivos de accesibilidad, por otra parte nos parece muy valioso que éstos sucesos, de gran importancia para el desarrollo cultural de nuestra nación, estén a disposición de la opinión pública de manera clara y expedita.
Comenzamos revisando la presencia del destacado artista argentino Sergio Roggerone en el Museo Nacional de Bellas Artes entre el 17 de Noviembre y el 31 de Diciembre del año 2006.

Sergio Roggerone nació en Mendoza en 1968. Estudió arquitectura y a los 21 años ganó la Medalla de Plata del CAYC (Asociación Internacional de Críticos de Arte). Desde entonces, se dedica profesionalmente a la pintura. Sus obras han sido expuestas en importantes museos provinciales y nacionales de Argentina y se encuentran en colecciones privadas y estatales de USA, España, Italia, México, Chile, Uruguay, Canadá y Alemania, entre otros.En los años ’90 expuso en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago y en la Corporación Cultural de Las Condes.Actualmente, vive la mitad del año en su casa-taller-hotel-galería de arte en Mendoza, Argentina, donde recibe y aloja permanentemente a coleccionistas y gente interesada en el mundo del arte. El resto del año viaja por el mundo con sus pinturas.

ROGGERONE Pinturas Recientes

La lectura de los procesos creadores individuales se inserta en la trama histórica de cada época, conformando un tejido rico en complejidades, donde los artistas dejan impresas las tensiones de su propia visión especular del tiempo y sociedad que los anima.

Para tratar la obra de Roggerone se hace necesaria una mirada a las décadas de los ’80 y ‘90, en las cuales el país se enfrentaba a la difícil reconstrucción de su tejido social y a la aún frágil democracia, tiempo marcado por la fragmentación como sustancia distintiva de la producción artística de esos años.

Mientras los artistas de la modernidad no habían terminado de dilucidar los efectos de la segunda posguerra, la nueva generación contemporánea, salió a vivir la incipiente libertad, recuperar el color y la figura humana, reivindicar un amplio territorio para explorar lo subjetivo, lo gestual, la metáfora, lo heterogéneo, tratando de descifrar el universo como un jeroglífico que sentían necesario rearmar, reconstruir, repensar por sobre el arco del mundo y el tumulto de la vida, casi siempre bajo una mirada ácida, agresiva, sin compasión.

En oposición a esta mirada, el trabajo de Roggerone se abocó a la conservación de un mundo sencillo y exuberante al mismo tiempo, de memoria humanizada. En este sentido, acierta Alberto Perrone cuando lo llama: “paradigma del restauro fantástico”.
Ese es el eje que lo mueve.

Cuando la mayoría de los artistas jóvenes expresaban el escepticismo, el silencio y la incomunicación, Roggerone apostó a restaurar la palabra, el diálogo entre el pasado y el presente, no con melancolía sino con la certeza de una eficacia discursiva que produjese una comunicación clara e intelegible con el espectador.

Restaurar la utopía del arte como espacio de reunión y ámbito para el intercambio y la comunicación cultural. Crea metáforas visuales deslumbrantes para expresar una visión enérgica y provocativa, capaz de captar y transformar en poesía lo que quiere trasmitir. Alcanzada no sólo por la inmediatez del mensaje sino también, por el recurso ecléctico entre una raíz clásica y un lenguaje contemporáneo.

Asume el riesgo de la libertad, signada en sus cuadros por la presencia de un barroquismo fuera de moda, representado por cornucopias y marquerías de exquisito tallado que, a veces, como en el marco convertido en corona de “La Vanidosa” constituyen la obra misma. Y telerías de rico bordado que resignifican tiempo y espacio, como en “Omnius Gentis”. Todos elementos que aportan sentido para la exaltación de la figura de los personajes y soportes de microsituaciones narrativas ancladas en su especial amor por lo humano.

Tal vez toda su obra sea una vena latente en la teoría del hipertexto. Principalmente sus collages que alientan la posibilidad de obra abierta.

En sus obras más recientes, el uso de transfers, fotolasser y ploteados, recrea antiguas papelerías, de gran tamaño; murales que alimenta con veladuras y brillos que sustituyen como luz los anteriores dorados, pero también usados en el sentido de alegría restallante o de metáfora que nos asocia a la pregunta ¿qué fue de aquel boato de las cortes francesas?.

Por último, salvaguardados para la intención mística, los altares, los retablos, los confesionarios, revitalizados por la nueva iconografía se erigen como escenografías anunciadoras de la oración particular de cada uno.

Fragmentos del texto de Ana María Alvarez, Directora Espacio Contemporáneo de Arte (Argentina)

Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes

http://www.dibam.cl/bellas_artes

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